Autor: Alicia Schneider Berti – Gustavo Berti
En la misma naturaleza tenemos ejemplos del poder de transformación, entre otros, es el caso del carbón que se pule hasta obtener el más fino diamante o la oruga, que de una existencia pequeña, en el momento exacto, despliega sus alas de mariposa para volar libre.
El hombre, como parte integral de la naturaleza cambiante y rica en matices y expresiones, también tiene esa capacidad de transformación.
El simbolismo de algo que se transforma en más valioso, ha acompañado a la historia de la humanidad y fue comprendido y ricamente utilizado y descrito en la antigüedad por todas las religiones, y por todos los mitos religiosos, como lo es el pedazo de barro que se convierte en el primer hombre, el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo
Esta es una capacidad que hoy se aprovecha de manera insuficiente, pues una psiquiatría y ciencias muy deterministas ayudaron para dejarla caer en el camino.
Los padres que se acercan a Renacer, lo hacen, en realidad, no sólo porque han perdido un hijo, sino porque habiéndolo perdido no quieren seguir viviendo como lo están haciendo y enfrentados a una conmoción existencial, se debaten en el mar embravecido de sus emociones sin comprender el propósito último de este momento de dolor e incertidumbre,
Deben seguir viviendo; pero ¿cómo?, se preguntan una y otra vez.
Para Elisabeth Lukas todo dolor trae consigo una enseñanza y puede llegar a ser una experiencia regeneradora ycitando a Karl Jaspers dice que con su fuerza más potente, “lo trágico” se muestra como desencadenante de conmociones existenciales con un gran poder para la transformación y no sólo acontece en los sucesos externos sino en la profundidad del ser humano.
Es decir, que el hombre no sólo puede cambiar el mundo que lo rodea, sino que puede cambiarse a sí mismo y emerger desde el abismo de lo que le sucede, hacia las alturas de lo que comienza a descubrir, hacia el fundamento de su ser, pues en lo trágico acontece el trascender hacia el “fundamento de las cosas”.
El hombre puede elevarse por encima de sus condicionamientos físicos y psíquicos, más allá aún de toda experiencia previa y emerger libre, viéndose a sí mismo por primera vez, con los ojos despojados del espíritu, donde mora su conciencia y comenzar a construir de la nada.
Pero podemos observar también, seres que se quedan anclados en el pasado, en el “si hubiera sabido”…, “si no hubiera dicho”…, “si hubiera actuado de otra forma”…, etc., no progresan en el camino de regreso a una vida plena. La pérdida se hace así atemporal, en 10, 20 años todo es igual que hoy. Aún varios años después esas personas al hablar de sus hijos sus ojos se llenarán de lágrimas, y volverán a narrar en todo detalle el día fatídico en que el hijo fue arrancado de sus vidas, exactamente cómo todo ocurrió.
También observamos a aquellos padres que más que llorar por la ausencia del hijo, por el dolor que les produce su partida, centran sus energías en reñir con el destino, “por qué justo a él o a ella”, o “por qué de esa manera”, “por qué ellos que siempre fueron buenos y dadivosos”, etc. Ante estas preguntas o quejas sin pronta respuestas, estos padres mantienen una herida abierta por espacios prolongados de tiempo, muchas veces de por vida.
Ustedes habrán visto personas que tienen 20 – 30 – 35 años de duelo que tienen un rostro que da terror, que no hablan con nadie, que no salen de sus casas, que se han vuelto, realmente, muertos en vida.
Tengamos 30 años, tengamos 40 años, tengamos 50 años, tengamos la edad que tengamos, se nos presenta una nueva oportunidad en la vida: vamos a ser una nueva persona; la persona que éramos antes ya no lo somos, haya sido buena, haya sido mala, haya sido perfecta, haya sido como haya sido, ya no lo somos más, somos una persona en blanco, pero tenemos la posibilidad de elegir lo que queremos ser y eso no solamente es un desafío, sino que es una aventura.
Asumamos el desafío y la aventura de ser una nueva persona y elijamos en ese camino entre lo mejor y lo peor, porque podemos decidir, podemos elegir, no somos bebés recién nacidos, comenzamos una nueva vida pero ya con experiencia, ya podemos decir que es el bien, ya podemos decir que es el mal, ya podemos decir que es lo que queremos ser, a través de esa transformación interior.
Cualquier palabra de aliento que tengamos para alguien que sufre, para una persona que lo necesite, una sonrisa, un gesto, una atención cariñosa, con cada acción de bien que hagamos nosotros agrandamos existencialmente el valor de nuestros hijos.
Aunque hayamos sido de esa manera antes, ahora tiene una calidad agregada, hay algo agregado, ahora uno se da cuenta que cuando tiene un gesto así, lo tiene de corazón, no lo tiene por compromiso.
Esa es una manera de recordar a un hijo y hacer que la vida de ese hijo, no importa cuan pequeña haya sido ni cuan dolorosa haya sido, adquiere más valor con cada gesto nuestro, con cada actitud nuestra que nace del corazón.
Otro camino nosotros no conocemos.
El camino que hemos mostrado es el camino de la plenitud existencial, es el camino en el que uno considera que la vida vale la pena ser vivida.
Apelar al poder de transformación inherente al ser humano, que muchas veces yace dormido en su interior, dando a los padres la idea de que pueden elegir, es la forma más rápida y segura de arrancar a un papá del círculo de dolor, culpa, bronca y tanta emoción encontrada y dañina de los primeros, o de años de mal vivir sin encontrar el camino.
Es ayudarlo a ver o intuir la luz del sentido más allá de las lágrimas asumiendo responsabilidad por su vida y lo que le toca vivir.
Entonces, la muerte de un hijo no va a ser en vano, esos hijos van a ser estrellas fugaces que llegaron a nuestras vidas, nos tocaron, se fueron pero nos transformaron, nos tocaron para cambiarnos, son pocas las veces en que la vida da segundas oportunidades.
«