Autor: Enrique, Ana Doris y Ulises
Cuando nos enfrentamos a la partida de un hijo, que es la más grande conmoción existencial a la que se puede enfrentar un ser humano, perdemos la noción de todo lo que nos rodea.
Es una conmoción tal como si hubiera caído una bomba a nuestro alrededor, como si un volcán hubiera explotado en nuestro interior; no sabemos donde estamos y nos asaltan los ¿por qué?
Porqué a mi hijo o mi hija, porque no a mí, porque no hicimos esto o aquello y una nube de confusión nos envuelve y no vemos la puerta para salir de esa situación, es como si la vida ya no tuviera sentido para nosotros.
Siempre pensábamos que si perdíamos un hijo, nosotros nos moríamos detrás de él, sin embargo, estamos vivos y las preguntas no encuentran respuestas y cuando venimos a Renacer nos dicen que nunca nadie ha tenido respuestas a las preguntas que surgen, porque no somos nosotros los que tenemos que hacerle preguntas a la vida o a Dios, sino que es la vida la que nos hace una pregunta, tú padre o madre que has perdido un hijo ¿cómo vas a vivir de ahora en adelante?
Generalmente cuando se pierde un hijo en la cultura en que vivimos se piensa que tenemos más derechos, sin embargo la realidad es que tenemos más responsabilidades, en primer término, tenemos la responsabilidad de qué hacer de nuestra propia vida desde ahora hasta el día que inexorablemente nos toque partir.
El Mensaje de Renacer nos muestra que en ese instante crucial, tenemos que optar entre decirle sí a la vida o dejarnos llevar por las emociones y cerrar puertas y ventanas, tirarse en la cama, no querer trabajar, renunciar a arreglarse, como si estuviéramos muertos en vida.
Si nos morimos en vida, detrás de la partida de nuestros hijos, estamos haciendo de ellos nuestros verdugos, en tanto el Mensaje de Renacer nos muestra que es posible asumir un cambio de actitud, asumir una actitud positiva y hacer de nuestros hijos, no ya nuestros verdugos, sino nuestros maestros.
Siguiendo a Víctor Frankl que recluido en un campo de concentración perdió a su esposa, A un hijo en gestación, a su madre, a su padre y a un hermano y sufrió las vejaciones propias del régimen, en base a su fe y esperanza de vivir. salvó su vida y luego escribió diciendo que frente a lo que nos sucede en la vida, que no podemos cambiar, hay algo que sí podemos cambiar que es nuestra actitud frente a la vida.
Nosotros no podemos cambiar lo que nos ha sucedido, pero podemos cambiar nuestra actitud y en vez de sentirnos morir y andar por este mundo con la cabeza gacha como juntando moneditas del suelo, andar con la frente en alto en homenaje a ese hijo y asumir una actitud positiva producto de nuestro amor hacia ellos.
¿Qué es lo que une a una madre o a un padre a su hijo o su hija, sino el amor?
El Mensaje de Renacer, nos dice: ¿acaso necesitamos de su presencia física para seguir amándolos?
Al nacer nuestros hijos nos enseñaron una manera distinta de amar; nosotros conocíamos lo que era el amor a la madre, al padre, a los abuelos, a los tíos, a los hermanos, luego al compañero o la compañera, pero cuando ellos llegaron a nuestro hogar nos enseñaron a amar de una manera distinta y ahora, al partir, nos han enseñado otra manera de amar, un amor incondicional, más sublime que ni siquiera necesita de su presencia física.
Entonces, por ese amor, podemos cambiar de actitud frente a la vida, en homenaje a ese hijo que partió y podemos hacernos la pregunta ¿cómo habría querido vernos? ¿llenos de angustia? ¿llenos de odio? ¿o llenos de amor?
Cada uno en su intimidad puede responderse esta pregunta.
A veces, cuando los recordamos, pensamos en ellos como que están allí donde tuvieron el accidente, o en la cama del sanatorio u hospital, o en el momento que decidieron por su cuenta partir o fueron agredidos… pero ellos no están ahí.
Ellos están en otro lugar, al que por nuestras limitaciones físicas no podemos acceder, pero cualquiera sea nuestra creencia de a dónde vamos a ir después de nuestra propia muerte… allí están ellos esperando nuestra llegada.
La responsabilidad que surge desde ese momento hasta el instante de nuestra muerte, es la de vivir dignamente.
Vivir dignamente en su homenaje, pero también vivir dignamente por nosotros mismos que lo merecemos y vivir dignamente por quienes nos rodean.
Por los hermanos, quienes han perdido a un ser tan querido, su compañero de juegos y picardías, muchas veces su compañero de pieza, su mascota o su modelo, según la edad.
Ellos están sufriendo calladamente y ven que sus padres, sumidos en su propio dolor, se han olvidado que ellos existen, entonces, suman a su dolor, el dolor de perder a su mamá y a su papá que ya no son los mismos.
¿Somos las mismas personas antes, que después de la partida de un hijo? No, no somos las mismas personas.
Si no somos las mismas personas, sólo quedan dos opciones o somos mejores personas o somos peores personas, ¿qué eligen ustedes?
Es esa la gran opción que se nos presenta en la vida frente a lo que nos sucedió.
Seguramente que por el camino de las emociones, encerrándonos en nosotros mismos y renunciando a vivir, no vamos a ser mejores personas, quizá lleguemos a ser un estropajo, lleno de angustia, de llanto, de bronca, de odio, de resentimiento que es el camino al que nos llevan las emociones.
Pero según nos dice Víctor Frankl, el ser humano es el único ser del universo que es capaz de oponerse a aquello que lo condiciona, de oponerse a sus propias emociones y agrega: nos podrán quitar todo menos la última de nuestras libertades, que es la libertad de asumir una actitud frente a lo que nos pasa en la vida.
¡Sí, la partida de un hijo nos ha condicionado! Pero tenemos la libertad que nadie nos puede quitar, de asumir una actitud positiva en homenaje a ese hijo.
Elisabeth Kübler Ross, que es una científica suizo-norteamericana, que se dedicaba en su profesión de médico a atender enfermos terminales, nos dice que aunque parezca extraño, la pérdida de un hijo puede producir en los padres un despertar espiritual.
Ese es el “despertar espiritual” al que se refiere el Mensaje de Renacer, cuando nos enfrenta a la opción de ser mejores personas, no mejores personas que los demás que sería una actitud de vanidad, sino mejores que nosotros mismos, mejores hoy que ayer, mejores mañana que hoy.
Entonces aparece la figura de nuestros hijos como maestros.
Su partida nos enseña a no temerle a la muerte, nos enseña a dimensionar el poco valor que tienen las cosas materiales, nos enseña a ser más tolerantes con las cosas que nos pasan a diario, nos enseña a comprender el dolor de los demás, en fin, nos enseña a ver la vida y la muerte de una manera muy distinta a como la ve la cultura en la cual estamos inmersos.
En Renacer, si bien podemos homenajear a nuestros hijos llevándoles flores al cementerio, u ofreciéndole misas, prendiendo velas o exhibiendo su foto, hemos aprendido una forma más profunda de homenajearlo, que es con nuestra propia vida.
Es seguro que cada uno, en su momento, hemos ofrecido nuestra propia vida a cambio de la suya y no nos fue concedido, pero hoy podemos vivirla en su homenaje
Diariamente, ya sea en nuestro hogar, en la calle, en la oficina o donde sea que estemos, se nos presentan situaciones que nos pueden fastidiar, nos pueden molestar, que habitualmente contestábamos con ira, fastidio o violencia, pues bien, frente a esas situaciones, que son hechos que no podemos cambiar, ahora podemos, en homenaje a nuestros hijos cambiar también de actitud. Por ejemplo, en la calle en vez de acordarnos de la familia del otro conductor, en vez de fastidiarnos cuando en la cocina nos pasa algo, en homenaje a nuestros hijos podemos cambiar de actitud y en poco tiempo nos daremos cuenta que ya no contestamos, que ya no nos violentamos, que ya no nos fastidiamos y eso constituye en gran medida ser mejores personas, gracias al homenaje que le estamos haciendo, calladamente a nuestro hijo.
Se dirá que es difícil, sí, es dificilísimo, pero ¿acaso no es más difícil vivir amargados, desilusionados, llenos de pena y angustia? Entre dos cosas difíciles podemos elegir aquella que sea mejor, todo depende de cada uno y de nadie más.
La semilla es buena, dependerá de cada uno que caiga en terreno fértil y que la cuide hasta que se robustezca, nosotros sólo trasmitimos el mensaje y les podemos asegurar que es posible.
Todos hemos llegado de la misma manera.
Renacer es la esperanza que llegará un momento, en que la paz interna que perdimos el día de la partida de nuestros hijos, llenándonos de oscuridad, volverá a nosotros como demostración cabal del triunfo del amor sobre el dolor.
29 DE AGOSTO DE 2014
Con el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida Ana Zaida.
Enrique, Ana Doris y Ulises
De Renacer Congreso – Montevideo, Uruguay
“Por la esencia de Renacer”
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