Ante la partida de un hijo, “un RENACER de las cenizas”

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Ante la partida de un hijo, a quien difícilmente estaremos preparados para despedir, el dolor es demasiado intenso, desconocido, pareciera que la vida no debería continuar y el tiempo en su eterno fluir se hubiera detenido, un mundo de total incredulidad e irrealidad.

Nadie sabe qué decirnos; todos escapan ante una realidad que no conocen, que siempre han ignorado, que no saben manejar.

“No puede ser”, nos repetimos una y mil veces y, sin embargo, es; y debemos seguir viviendo; pero ¿cómo?, nos preguntamos una y otra vez. 

Pero como todo dolor trae consigo una enseñanza, puede llegar a ser una experiencia regeneradora, porque es moviéndonos a través del dolor, explorándolo, conociéndolo, que lograremos llegar más allá de él, más allá de lo inmediato, más allá del materialismo limitante rescatando de un rincón del corazón los olvidados valores espirituales, que son los únicos que pueden salvarnos de una vida sin sentido, de una muerte en vida.

Así, la muerte de nuestros hijos no habrá sido estéril, porque a través de su partida, es que el verdadero sentido de la vida se comprende, como un tiempo precioso y finito que debemos vivir al máximo, pero de otra manera, ya que el camino trazado hasta ahora no sirve para esa nueva realidad. 

Debemos recomenzar, es como RENACER de las cenizas.

Debemos captar el mensaje de infinito amor, que nuestros hijos al partir nos dejan y que, los hijos que quedan, nos recuerdan cada día: dar amor, sólo amor.

Son nuestros hijos los maestros del verdadero y desinteresado amor y este sentimiento no tiene reclamos ni expectativas, ni siquiera se necesita de su presencia física. 

Y cuando hayamos encontrado la paz y la aceptación, habremos de trasmitirla a los demás, a los que la necesitan, a los que sufren, a los que aún viven en la oscuridad de la desesperanza y la rebeldía.

La muerte no marca el fin de todo, es sólo una necesaria etapa en la evolución espiritual humana, es una parte integral de la vida, la que nos marca el límite de nuestra existencia terrena y nos enseña a apreciarla en su verdadera dimensión para vivirla totalmente, rescatando esa olvidada espiritualidad en nuestro diario vivir para saber prepararnos para que, en el momento de realizar nosotros la transición, saber que no hemos dejado cosas por hacer y en el instante de dejar el capullo, para volar libres de regreso a casa, sepamos que hemos comprendido el mensaje de nuestros hijos, porque hemos dado todo el amor del que fuimos capaces.

Nosotros nos dimos cuenta que teníamos la responsabilidad de hacer que nuestro hijo viviera a través de la forma en que nosotros vivíamos nuestra vida, de tal manera, que ese hijo no se fuera de nuestra vida y simplemente lo dejásemos relegado a la categoría de absurdo de la vida, de accidente fatal, de un Dios que tiene formas misteriosas y oscuras, que yo no comprendo…

¡No señor! tenemos que rescatarlo de las garras de lo absurdo.

Rescatar la partida de nuestros hijos, de las garras del absurdo y devolverlo a la vida como un acto de total amor.

Que la partida del hijo y tanto dolor, que tenga sentido.

No es una tarea fácil, cuando uno recién se lo plantea: ¿Es que este dolor tiene sentido? y ahí está la elección.

Nosotros no dejamos que el sufrimiento nos derrote porque entonces, significaba que Nicolás también estaba siendo nuestro verdugo.

¿Ustedes quieren que sus hijos sean sus verdugos? ¿Los que quitaron toda alegría a la vida?

¿Están de acuerdo ustedes con que no deben ser nuestros verdugos?

Entonces no vamos a dejar que se conviertan en un hecho absurdo, que un día cambió nuestras vidas para mal, entonces tenemos la responsabilidad de vivir nuestra vida en homenaje a ese hijo que partió, por todo lo que nos está enseñando a través del dolor, por los hijos que quedan, pero también ¡sí señor! por nosotros mismos, porque si estamos vivos, si estamos de este lado de la vida, es porque todavía somos útiles para la vida.

La vida todavía espera algo de nosotros.

    Eiségesis de lo expresado por sus iniciadores Alicia y Gustavo Berti, recopilado por Enrique Conde y Ana Doris, con el aura de Ulises y el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida dulce Ana junto a Enrique y a Enriquito.  

Hoy, me toca a mí Ana Doris, en homenaje a mi querido papá, continuar su obra ya escrita de antemano pensando que este momento llegaría algún día y dejándome como trasmisora de su labor de mensajero de RENACER, ya que siempre afirmaba, fervientemente, que el mensaje de RENACER debe trascender a las personas.