Nosotros mostramos el camino que transitamos y que creemos. Después queda para cada uno tomarlo o no.
Cuando nos reunimos con papás nuevos, les preguntamos si creen que hay alguna cosa peor que perder un hijo, pero no nos referimos a perder más hijos.
Nosotros les decimos que sí, que hay algo peor que perder un hijo y es perderlo y morirse con él.
Eso es peor, porque el mensaje que una persona que toma ese camino de morirse afectivamente, por el resto de su vida, es que ese hijo vino al mundo para arruinarle la vida.
A ese hijo lo hemos transformado, con nuestra actitud, en nuestro verdugo y ese es un mensaje que, hasta ahora, en los años que llevamos de trabajo en Renacer, no hemos encontrado a ningún padre que quiera eso.
Pero eso es lo que refleja esa actitud.
Para muchos padres, la muerte de un hijo es el camino que conduce a su destrucción, al utilizar el tiempo para elaborar emociones y sentimientos y quedarse en la persona psicológica.
¿Podemos poner en actividad potencialidades dormidas?
Si el ser humano puede prestar más atención a la indescriptible capacidad del individuo para oponerse y enfrentarse a esos sentimientos y emociones y acceder así a la persona espiritual.
Podemos rescatar el recuerdo de nuestros hijos con amor y no con dolor. ¡Qué hermoso poder recordar a nuestros hijos con amor y no con dolor!
A Renacer no vamos a compartir el dolor, vamos a compartir el amor.
Nadie te pide que compartas tu dolor, es tu amor lo que tienes que compartir.
El dolor lo compartimos con el vecino, con el tío, con todo el que viene y me dice: ¿cómo pasó?, ¿cómo fue?
Renacer debe ser un oasis de paz, yo tengo que encontrar paz en Renacer, tengo que encontrar el abrazo fraterno y tengo que encontrar el amor compartido y a partir de ese amor crecer.
No es posible vivir la vida, como si nuestros hijos fueran los artífices para arruinarla.
Su partida es una condición permanente, pero no puede ser permanente nuestro sufrir; debemos decirle sí a la vida.
El amor que uno tiene por un hijo, no se termina con su muerte, siempre podemos ir al grupo a dar el amor que sentimos por nuestro hijo y así el amor que sentimos por el hijo dárselo a otro papá que lo necesite.
Nosotros siempre decimos que Renacer es un oasis, no es el lugar a donde yo voy a descargar todas mis broncas, todas mis tristezas, porque eso, realmente, lo puedo hacer en muchos otros lugares o a solas, en el baño en mi casa.
¿Quién cree, en última instancia, que por elaborar sentimientos de tristeza, elaborar sentimientos de culpa, o elaborar sentimientos de auto-reproche, de vergüenza, de timidez, odio o cualquiera de esos sentimientos, podríamos llegar a encontrar sentido a lo que nos ha pasado?
Eso no es posible y esa metodología conduce al fracaso.
Tenemos que saber, que no podemos ser juguetes de nuestros sentimientos, que no podemos, simplemente, decir: bueno, yo voy a llorar porque lo siento, porque estoy mal. ¡No! tenemos que decir: ¿a quién ayudo o a quien perjudico con esto que yo hago ahora?
El pensar en nosotros nos hace dar vueltas sobre nosotros mismos y no vemos el mundo que nos rodea.
¿Lloraremos? sí, tenemos derecho a llorar; pero tenemos que saber que el llanto, que la tristeza, que el enojo, que la ira, que la bronca, son el homenaje que estoy haciéndole a mi hijo.
Buscar las respuestas en la elaboración de nuestras emociones y nuestros sentimientos, es un enfoque reduccionista y, como tal, destinado al fracaso.
El ser humano no es libre de sus emociones, sino, precisamente, libre para enfrentarse a ellas.
Dice Víctor Frankl: “Si se quiere definir al ser humano, habría que definirlo como el ser que puede liberarse de aquello que lo determina.”
Renacer no está capacitado para resolver problemas sicológicos de nadie, somos padres que hemos perdido hijos, pero sí estamos capacitados para darles herramientas y para mostrarles a los papás el camino que pueden seguir para salir adelante.
Trabajamos, desde el primer día, con el convencimiento de que el sufrimiento no es una enfermedad, por lo tanto, no podíamos pensar en hacer una sicoterapia de grupo, por otro lado, si así lo hubiésemos hecho, desde el principio, hoy no estaríamos acá.
Hablamos no de compartir dolor, sino de trabajar juntos para encontrar sentido al sufrimiento que nos toca vivir.
Los grupos donde se habla de lo que nos pasó, reflejan el concepto de que somos aquello que recibimos de la vida, aunque nosotros no nos demos cuenta, reflejan ese concepto, que somos aquello que recibimos; pero el ser humano no es lo que recibe de la vida, el ser humano es lo que le devuelve a la vida, es lo que él da a la vida, no lo que recibe.
Entonces, si yo habiendo recibido una tragedia, soy capaz de devolver un triunfo, es porque soy un verdadero ser humano.
Revivir la realidad dolorosa, en todos sus detalles, no ha probado ser beneficioso para la recuperación integral del padre, esto, invariablemente, conduce a una etapa de la cual es muy difícil salir.
Aquellos grupos que están orientados a lo que podemos llamar grupos testimoniales, en los que predomina la catarsis, uno de los problemas que estos grupos confrontan es la disolución, luego que todos los testimonios se conocen tan bien, que no queda ya nada por decir.
Cuando muere un hijo, lo que importa es lo que hacemos de allí en adelante, lo que importa es cómo vivimos nuestra vida a partir de lo que nos pasó
La facultad más humana es la de transformar una tragedia personal en triunfo.
No pretendemos un individuo desprovisto de emociones y sentimientos, sino uno que partiendo de tanto sufrimiento, pueda darse cuenta que es libre, precisamente, libre para enfrentarse y oponerse a esos mismos sentimientos y emociones para los que la pérdida de un hijo es una condición insuperable; alguien que pueda levantarse sobre su propio dolor y ver, más allá de sí mismo, a otro semejante que sufre y necesita de él, como, dice Víctor Frankl “Quien se levanta por encima de su dolor, para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano.”
Entonces, la muerte de nuestros hijos no habrá sido estéril, porque, a través de su partida, es que el verdadero sentido de la vida se comprende; como un tiempo precioso y finito que debemos vivir al máximo, pero de otra manera, ya que el camino trazado hasta ahora no sirve para esa nueva realidad.
Debemos recomenzar, es tal, como “renacer de las cenizas”.
Debemos captar el mensaje de infinito amor que nuestros hijos al partir nos dejaron y que los hijos que quedan nos recuerdan cada día: dar amor, sólo amor.
Son nuestros hijos, los maestros del verdadero y desinteresado amor y este sentimiento no tiene reclamos, ni expectativas, ni siquiera necesita de su presencia física.
Y cuando hayamos encontrado la paz y la aceptación, habremos de trasmitirla a los demás, a los que la necesitan, a los que sufren, a los que aún viven en la oscuridad de la desesperanza y la rebeldía.
Renacer es como un semillero de una humanidad más generosa y más compasiva.
Apuntando bien alto, ¿porqué no? ninguno de nosotros tiene un límite para crecer como ser humano; el límite se lo pone cada uno.
Es en la dimensión espiritual donde se generan los fenómenos más humanos: el amor, la libertad y la responsabilidad y son los fenómenos que nos permitirán darnos cuenta de un hecho capital para enfrentar nuestro destino: “una cosa es lo que nos ha pasado y otra cosa, y muy distinta, es lo que cada uno de nosotros decide hacer con aquello que nos ha sucedido”.
A lo largo del trabajo con grupos de ayuda mutua, hemos tratado de trasmitir la idea de algo común a todos los grupos de ayuda mutua: que deben ayudar a sus integrantes, no a trabajar con los hechos del pasado, que no pueden ser cambiados, sino abrirse a ese mundo en el que esperan posibilidades aún latentes en sus vidas, que deben ayudarlos a elegir, correctamente, entre todas las posibilidades, que deben encontrar las opciones con sentido, que deben emprender el camino, el único camino con sentido que esta conmoción existencial les plantea: el camino final de humanización.
Frente a esta opción nos encontramos con otras, frecuentemente, usadas en muchos grupos de ayuda mutua; algunos trabajan arduamente hacia el autoconocimiento de lo que está mal en sus integrantes y en la elaboración de emociones.
Uno de los graves problemas de esta orientación hacia la auto-observación, es que lleva, con frecuencia, a cuadros en los que se da vueltas, continuamente, en círculos sin salida, sobre los problemas que aquejan a los miembros, llevando a estados de lamento continuo.
La propuesta de Renacer, como grupo de ayuda mutua, va mucho más allá de un mero consolar a los que sufren, va transformándose en un imperativo ético.
Nosotros, simplemente, mostramos el camino que nosotros hemos transitado y en el que nosotros creemos y después queda para cada uno tomarlo o no.
Viernes 21 de enero de 2022
Eiségesis de lo expresado por sus iniciadores Alicia y Gustavo Berti, recopilado por Enrique y Ana Doris, con el aura de Ulises y el recuerdo más dulce que pueda existir para nuestra querida dulce Ana junto a Enrique y a Enriquito.
Hoy, me toca a mí Ana Doris, en homenaje a mi querido papá, continuar su obra ya escrita de antemano pensando que este momento llegaría algún día y dejándome como trasmisora de su labor de mensajero de Renacer, ya que siempre afirmaba, fervientemente, que el mensaje de Renacer debe trascender a las personas.
De Renacer Congreso – Montevideo, Uruguay
«Por la Esencia de Renacer»